Un grupo de adolescentes se prepara para vivir la última gran aventura de sus vacaciones de verano. Han conseguido hacerse con un coche, y después de llenarlo hasta los topes, deciden emprender un viaje hacia una zona apartada de la civilización, donde deben pasar los mejores días de sus vidas, en los que habrá contacto con la naturaleza, una más que bienvenida desconexión del entorno familiar, y por encima de todo, lo que las hormonas provean. Cuando parece que nada va a romper el idilio, estalla por sorpresa un conflicto bélico con tintes apocalípticos.
Empieza la película y lo primero que vemos es a una jovencita hablándole a una cámara digital. Atentas las alarmas de emergencia... aquí hay peligro. No es que las confesiones de webcam de Elena Trapé y compañía en 'Blog' dejaran mal sabor de boca, ni mucho menos. Pero entre ese y algún otro filme mucho menos afortunado, servidor se encontraba muy cerca de sobrepasar los límites soportables de raciones abusivas de pubertad. Así es precisamente como empieza el debut cinematográfico de Stuart Beattie, el que en su día firmara, entre otros, los guiones de 'Collateral' o la primera entrega de 'Piratas del Caribe'.
Así pues, cabría situar los primeros compases de 'Mañana, cuando la guerra empiece' en los siempre insulsos dominios del cine teen. En otras palabras, chicos y chicas con las hormonas revolucionadísimas, deseando a todas horas violarse los unos a los otros. Una colección de animales en celo que amenizan la sesión con unos diálogos más dignos de amebas que no de estudiantes a los que se les ha brindado el privilegio de recibir una buena formación. Lo que vendría a ser una fauna que a los pocos minutos de convivir con ella despierta unas ganas irrefrenables de hacerse con un rifle de largo alcance e irse de safari.
Entonces, sucede lo impensable: nuestros deseos más oscuros cobran vida propia, en forma de súbito cataclismo bélico. ''Lo que necesitáis vosotros es una buena guerra.'' Sin duda una de las frases preferidas de la tercera edad, que por lo visto no confía para nada en que las amenazas ecologistas de proporciones bíblicas, ni en que la nefasta clase política, ni en que las crisis de tipo financiero, ni en que las nuevas gripes, ni en que la actual inestabilidad a todos los niveles que sufre el mundo, vaya a espabilar a las nuevas generaciones que, admitámoslo, están creciendo más mimadas que nunca. ¿No querían caldo? Pues ahí van unas cuantas tazas.
Surrealista -por inesperado- pero más que bienvenido giro argumental que termina a base de explosiones y disparos con toda la tontería adolescente. Un cambio de registro radical, que lleva a otro nivel la ahora tan de moda mezcla de géneros. No obstante, a pesar de que no cese el intercambio de proyectiles, Beattie sigue teniendo claro que el peso de los protagonistas no debe ser absorbido por el cambio dramático en los eventos (en este aspecto, para quejas, dirigirse a John Marsden, autor del best-seller australiano que inspiró la cinta). Así pues, la información de la contienda se da a cuentagotas, casi como si no tuviera importancia... y en parte así es, porque las jóvenes estrellas siguen acaparando todo el protagonismo.
Tanto que, incluso antes de una peligrosísima y crucial misión de infiltración, ellas tienen tiempo de hablar sobre el caso que les hacen ellos. Que sirva de moraleja, porque aunque los protagonistas se empeñen en recalcar cómo la guerra ha desembocado en su forzada maduración (ésta sí que es una lección peligrosa), lo que puede extraerse de esta atípica y relativamente bien ejecutada película teen (si obviamos, claro está, las flojas interpretaciones que acostumbran a poblar estos productos) es que la adolescencia es una enfermedad que solo se cura con el implacable paso del tiempo. Y esto no hay bomba que lo desmienta.
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