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sábado, 11 de junio de 2011


No se ve excelentemente ideada, y ni siquiera representa una excelente película del género de terror; pero hay algo en Insidious (EUA/Canadá-2011) que le dota de cierto aire un tanto genuino y mucho muy sencillo que provoca que el espectador quede satisfecho con lo poco que pretende y aporta; y con lo mucho que logra tomando en cuenta lo anterior. En el filme Josh (Patrick Wilson) y Renai (Rose Byrne) han formado una familia feliz con sus tres pequeños hijos con los cuales se mudan a una antigua casa. Después de que uno de sus hijos despierta sumido en un coma, Josh y Renai empiezan a sufrir experiencias paranormales que aterrorizan a toda la familia.

Cuando se juntan los responsables de la serie de cintas Actividad paranormal (Paranormal activity), con los creadores de la saga Juego macabro (Saw), pueden salir dos cosas si quieren anteponer sus ideas para la realización de un filme. O hacen una cinta gore con cargada dosis de violencia explícita donde una entidad del más allá es la responsable; o hacen una donde haya apariciones en una casa abandonada, y sea un asesino en serie el que les está gastando la broma.

Afortunadamente, el público que no espera mucho de Insidious es el que tendrá las mayores satisfacciones, pues conforme la cinta vaya mostrando un poquito de identidad –que sólo tiene un poquito-, mostrará colmillos ante el sinfín de cintas sobre “casas embrujadas” que se hacen de manera multitudinaria últimamente y que contrario a lo que proponen no asustan ni a un niño de 6 años.

El gran beneficio de lo mostrado en esta ocasión, no son las secuencias interminables de vouyerismo en donde apenas si se mueve un vaso; ni monstruos que salen del closet, ni sombras acojonantes desplazándose. Aunque bueno, quizá tenga algo de esto y lo otro, pero en eso no radica el efectivismo de esta cinta, sino en algunas imágenes escalofriantes que llegan a ser hasta indelebles para el cerebro y que logran efectividad en tiempo y forma sin acompañamiento de gritos y altos decibeles de audio.

Cosa triste sin embargo, es que la segunda mitad se va por un lado más torpe y risorio en aras de conceptualizar un mundo endemoniado que no le iba bien al resumen general y que vuelve el propósito repetitivo y cansado. Si bien al final se compone por la resolución y la invitación a una segunda parte, lo alargado hace un tanto de estragos en la línea que estaban llevando.

Para nada es una cinta buena, incluso puede ser tediosa en muchos momentos hacia el final, pero claramente es una cinta para pasar el rato y quizá sobresaltarse mientras la piel se eriza de manera uniforme… si bien muchas de estas películas se olvidan apenas saliendo de la sala de cine, ésta por lo menos acechará algunos dos días en la cabeza lo cual ya es bastante.

'Insidious': Otra de espíritus acechantes

viernes, 3 de junio de 2011


Ahora que de un tiempo a esta parte se están poniendo muy de moda las precuelas como forma de alargar la vida útil de cualquier producción que se preste (o no) a ello, se hace más evidente que nunca cual es la principal pregunta a la que todas deberían de intentar al menos dar una sólida respuesta para ser aceptada como "una de las nuestras". Así pues, ¿qué hubiera pasado en caso de que 'X-Men: Primera generación' hubiera sido la primera de la saga en llegar a los cines? ¿Hubieran existido el resto de títulos de la franquicia si estos no hubieran estado basados en un cómic? La respuesta es un sí rotundo, tan rotundo que de los cinco títulos que por el momento forman la franquicia de los mutantes este de Matthew Vaughn es con toda seguridad no sólo el más completo, sino que incluso puede alcanzar aunque sea a los puntos para ser mejor que los dos filmados por Brian Synger.

Cuando Synger decidió darle plantón a los superhérores de la Marvel en favor del Superman de la DC Comics Matthew Vaughn era el elegido por la Fox para cerrar la trilogía con aquel tercer episodio que terminó dirigiendo Brett Ratner, un inútil para algunos un simple profesional para otros. El caso es que no sé de quien fue la idea, pero la insistencia en que el nombre de Vaughn apareciera en los créditos de una "de los mutantes" cobra todo el fundamento posible como para tras ver su aporte a la franquicia hacernos creer que, al igual que en el caso del Batman de Nolan, no había nadie mejor para llevar a buen puerto un proyecto que estrenado a principios de junio nos obliga a rezar a dios para que no hayamos presenciado ya la superproducción más satisfactoria del verano, una cinta cuyas prestaciones deberían ser la norma y no la excepción ante unos calores que no siempre vienen acompañados de algo más de ruido.

Directo al grano, para que luego no me digan. ¿Es 'X-Men: Primera generación' el film que cabía esperar? Depende de cada cual, pero en líneas generales podemos decir que sí, que si bien no cumplirá con las más altas exigencias (algo que siempre es improbable) al menos se le aproxima lo bastante como para asegurar que el número de "indignados" no será mayor que el de acampados en la Puerta del Sol. ¿Es un buen blockbuster? Sí, lo es, ofrece un buen espectáculo, quizá no como para alcanzar la categoría de "gran" espectáculo pero por un simple motivo: Prevalece el fundamento antes que la espectacularidad, así que hablamos de acción y efectos especiales con alma (y sentido común). Y la pregunta más peliaguda de todas, ¿es una buena película? Oiga, pues va a ser que también; imperfecta, pero al menos los amantes del buen cine no les escupirán a la cara a Vaughn de la misma manera que lo habrán hecho con Rob Marshall... y así leyéndome diría que como si habláramos de cualquiera de los dos 'X-Men' de Synger, en esta por cierto productor.

Y así es, lejos de ser una superproducción del montón para pasar el rato (ese 'Lobezno'...) sus responsables se han empeñado en hacer algo que realmente sirva para el objetivo que persigue la Fox: Hacer una nueva trilogía sobre los mutantes que le merezca la pena al estudio y que le merezca la pena a la audiencia. Al igual que en otras producciones bañadas en efectos especiales pero realizadas con tanto corazón como oficio, a los personajes se les ha otorgado el derecho de ver sus acciones más o menos justificadas, de que el argumento tenga sentido y fundamento mucho más allá que servir de base para los efectos especiales, de que el filme se ajuste a las directrices de los X-Men respetando en gran medida quiénes son (para lo que pueblan el metraje de no pocos guiños que, por supuesto, cada uno deberá descubrir por sí mismo), y de que tras los títulos de crédito finales (que carecen de escena posterior, por cierto...) a uno no se le haya quedado la misma cara que, por ejemplo, tras ver otra reciente muestra de heroísmo de anda por casa, aka 'Thor'. Gustará más o menos, pero gustará pues 'X-Men: Primera generación' no tiene nada de lo que avergonzarse desde el punto de vista de que, ante todo, respeta lo que significa ser una película... comercial, sí, pero película también.

Y encima en brillante 2D, como aquel que dice (ahora que el 3D, por fin, da muestras de un desfallecimiento lógico), y con unos efectos especiales en general notables a los que Vaughn, como ya hiciese en la interesante 'Kick-Ass', sabe sacar partido no sólo a nivel visual a través de la planificación y los encuadres (y no del montaje - véase el paso de Erik por Argentina, o la primera conversación de este con un banquero...), sino también emocional. Sirva de ejemplo la escena repetida hasta la saciedad en los tráilers en la que ya bautizado como Magneto este "levanta" un submarino, y que entre la (muy acertada) música y el montaje convierten en un momento que, más allá de la espectacularidad del mismo, trasciende para emocionar y ser visto casi con los mismos ojos de un "que bueno que volviste" Sr. Ironside, algo que no se puede decir de la mitad de los blockbusters que se disfrutan con la boca abierta y el corazón de vacaciones... También podríamos mencionar una escena protagonizada por una moneda, escena que quien la vea sabrá a cuál me refiero, e igualmente sabrá por qué no doy más detalles... Y es que hay quien correría a desvelar las cartas que la intensa campaña de promoción no se ha encargado todavía de desprestigiar, una producción víctima sensible de ese concepto de reservar lo menos posible para cuando al público le toque pasar por caja, y a la que no obstante merece echarle algo más que un ojo en el lugar en donde el cine se hace grande.

El llamado verano cinematográfico es muy dado a los grandes blockbusters ligeros y ruidosos, nada malo cuando como todo en esta vida las cosas se hacen bien que al fin y al cabo de eso se trata. 'X-Men: Primera generación' no es de esos, y viene a demostrar como ya hicieran Nolan o JJ Abrams con las geniales 'Batman Begins' o 'Star Trek' que ser un blockbuster no está reñido en nada con el cine a poco que uno le ponga ganas, emparentado con estos dos ejemplos desde el momento en que ambas juegan con acierto a servir a la causa de ofrecer algo nuevo en base a un material que exige cuidadoso respeto hacia un fuerte fan base, algo que Vaughn y sus muchachos han logrado permitiendo que "su" película, más que "del" estudio (aun sin olvidarse de él), sea apta tanto para fervientes como para futuros conversos. En este sentido cobra un valor fundamental el hecho de contar con un cast digno de tan honorables intenciones y que sea algo más que un cromo con el que forrar la carpeta, algo en lo que la nueva de los mutantes acierta de pleno con los fichajes de un extraordinario Michael Fassbender como Magneto, dueño y señor de cada uno de sus fotogramas, y unos notables James McAvoy, Kevin Bacon (qué como el buen vino mejora con los años - 'Super'), Nicholas Hoult o Jennifer Lawrence, por destacar algunos a los que se les permite el lucimiento pues, sobra decir que no todos obtienen de la producción la misma generosidad para lucir en pantalla (Álex González no abre ni la boca, por ejemplo, aunque a January Jones sin embargo se le deja demasiado margen para lo poco que ofrece como actriz...).

No podría terminar esta -más extensa de lo previsto, culpa mía- crítica, que a uno le obliga a más o menos currárselo para recibir los menos palos posibles, sin mencionar el por qué no es esta una producción redonda. Y es que quién mucho abarca poco aprieta: Demasiados personajes secundarios, demasiados lugares, idas y venidas, y demasiados acontecimientos que para ser narrados en toda su dimensión hubieran requerido de unos cuantos minutos más de metraje, amén de que la aglomeración de ingredientes y el no siempre bien calculado equilibrio entre blockbuster y película provoca algún que otro altibajo en el ritmo y el interés. Peccata minuta. La historia que enmarca la amistad entre Erik y Charles, siempre amigos a pesar de las adversidades y sus diferencias, es una historia que bien se merece un film tan interesante como este por más que no sean pocos los que están invitados al convite como poco más que becarios y que, como toda primera producción, y al igual que ya ocurriese con el primer 'X-Men' o el primer 'Spider-Man', por no salirnos del ámbito de la Marvel, exista cierto halo a ese miedo de toda producción que no ha tenido el valor para saltar sin red ni pisar el acelerador a tope... pero si las dos secuelas de los dos títulos mencionados hicieron de su original el trampolín ideal para la notable calidad de ambas, no cabe duda de que 'X-Men: Segunda generación' será una producción aún mejor y más disfrutable que esta "nueva generación" con un enorme porvenir.

Mutante, y a mucha honra.

Nota: 7.8

'X-Men: Primera generación': Mutante, y a mucha honra

sábado, 14 de mayo de 2011


El primer filme dirigido por un español que ha sido número en el box office norteamericano, comentario obligado que aunque lo pueda parecer no ha sido impuesto por su distribuidora, no tiene por qué ser el mejor filme dirigido por un español que haya llegado a entrar en dicho box office. Ni falta que hace, pues como se ha demostrado en no pocas veces los números de la taquilla no siempre recompensan ni condenan la posible calidad de una propuesta concreta, lo que no quiere decir que esta 'Sin identidad' no sea una producción lo suficientemente solvente, eficiente y de resultados más que satisfactorios como para, dado la salud de la cinematografía comercial moderna, no merecérselo, no al menos si uno se deja llevar sin resultar demasiado curioso e inoportuno en torno a la lógica que subyace tras los fotogramas de esta propuesta, por demás tan entretenida como pretende y tan (involuntariamente) divertida como nuestro sentido común nos lo permita.

Para hacernos una idea del alcance de esta producción cabe nombrar varios referentes bastante claros como son los de la trilogía de Jason Bourne (de inevitable mención para cualquier thriller decente moderno), la enrevesada (e increíble) 'Salt' o esa 'Conspiración del pánico' que vivía Shia LaBeouf, con la que comparte su apuesta por elaborar un thriller más preocupado por distraer al espectador que por dotar de verosimilitud a su narrativa. Es una opción, también, y quien quiera podrá utilizar el rostro de Liam Neeson para apuntar un parecido razonable con esa 'Venganza' que nos descubrió al actor como un más que efectivo mamporrero. Más bien no... pero lo cierto es que la nueva película del cada vez más interesante Jaume Collet-Serra puede que ni sea una maravilla ni luzca como tal, pero esa tampoco es la intención. Y si la intención cuenta esta le hace un gran favor al visionado de 'Sin identidad'.

¿Qué? Alguien suplanta la identidad del protagonista. ¿Quién? Uno que conoció tiempos mejores, Aidan Quinn. ¿Cómo? Tras sufrir el protagonista un accidente de tráfico. ¿Cuándo? Mientras se encuentra convaleciente en el hospital. ¿Dónde? En Berlín. Estas son las cinco preguntas fundamentales a las que el periodismo ha de responder si quiere ser correcto en su cometido, y las correspondientes respuestas que ofrece 'Sin identidad' al respecto. Bueno, existe una sexta, ¿Por qué?, pero si nos diera por responder a esta última daríamos al traste con buena parte de la gracia de la propuesta, pues en una película que no pretende ser más que un sólido entretenimiento construido alrededor de un elaborado castillo de naipes que sirve de intrincada excusa argumental el porqué lo es todo. Lo malo es que eso también nos priva de buena parte de las posibilidades de hacer una crítica algo más interesante sobre ella, pues es uno de esos casos en los que a uno le gustaría entrar a desmenuzar ciertos detalles... que no haré por el bien de no arrebatarle la misma gracia que me hizo a mí al espectador que así lo pretenda.

Y es que en general se permite y se acepta que en los thrillers, y casi en cualquier género la verdad, se adopten ciertas licencias en beneficio de la historia y por el bien de una audiencia a la que tal vez le aburriría ver al protagonista dar vueltas a la manzana durante media hora en vez de aparcar a la primera y en la puerta de allí a donde va. No es más que un ejemplo, pero es que en 'Sin identidad' nos encontramos unas cuantas que ya desde el principio ponen a prueba nuestra credulidad como espectadores conscientes de su propia condición de espectadores, el principal hándicap de una producción de la que se podría fundamentar una crítica feroz en los mil y un desaires argumentales que presenta. Pero lo cierto es que pese a esto la película se puede disfrutar, quizá no mucho, pero si lo suficiente como para dar por buena la producción, no necesariamente como una involuntaria comedia, pero sí como un digno pasatiempo con muy buena intención.

En parte gracias a la solvente labor de Jaume Collet-Serra, un cada día más eficiente realizador al servicio de la industria muy atento por hacer de esta una producción entretenida -sirva de ejemplo sus más que modélicas escenas de acción-, y al que además se le descubren detalles más que interesantes en momentos puntuales que permiten sospechar un realizador algo más aprovechable en cuanto se le dé una historia con algo más de pedigrí. También destacable, cómo no, es la labor de un Liam Neeson que por lo general con su sola presencia y oficio dignifica la mayoría de las secuencias en las que participa, aunque uno le eche en falta ese sentido del humor que tan bien le sentaba al Hannibal de su 'Equipo A', así como las aportaciones de Diane Kruger, una intérprete más solvente de lo que parece, y de Bruno Ganz, quien se adueña de todos y cada uno de los fotogramas en los que aparece (atención a la secuencia que comparte con un más discreto -y breve- Frank Langella). No se puede decir lo mismo de January Jones, por suerte una secundaria cuya interpretación no tiene mucha relevancia, quien parece ha estudiado en la misma escuela en la que Elsa Pataky y cuya interpretación rivalizaría con la de cualquier futbolista en un spot de televisión...

'Sin identidad', valga la redundancia, bien puede valer como un film que peca de cierta falta de identidad. Aunque en un principio alguien pueda sospechar que el influjo de Polanski o de Hitchcock pueda tener algo que ver esta se pierde entre las sombras de la noche berlinesa, una ciudad que presta su poco explotada estampa en el cine, uno de los aciertos que eso sí ayudan a sobrellevar su irregular metraje al disponer en pantalla que, a diferencia de París en la última (y muy aburrida) de Allen por ejemplo, ofrece una variante que va mucho más allá de la estampa. A pesar de que el recurso de la amnesia siempre es un arma de doble filo 'Sin identidad' no termina por caer del todo en el ridículo al que no obstante su resolución termina por sacar brillo. Pero hacer demasiado hincapié en su falta manifiesta de credibilidad sería casi lo menos que un afrenta para una producción que le pone tanto empeño en distraer al espectador con toda su buena intención. Sería como pedirle a Michael Bay que empezará a usar un guión para orquestar sus orgías de la destrucción, algo que intento en la que tal vez sea su peor película, 'La isla'. Cierto es que estemos ante la mejor de Collet-Serra, he aquí donde pueda estar la diferencia, pero si este se desentiende por fin de Joel Silver como Bay hizo de Bruckheimer igual su nombre seguirá sin merecerse un hueco en el cartel de sus películas, lo que no quiere decir que no se merezca un puesto detrás de ellas. Las hay mejores y peores que 'Sin identidad', pero pocas que la irregularidad de su metraje sea subsanado por los divertidos comentarios que pueden surjir si uno se decide a ir acompañado al cine. Ya sea con o de, lo cierto es que bien puede merecer la pena.

Nota: 6.5

'Sin identidad': Cuando la intención es lo que cuenta

viernes, 6 de mayo de 2011


Cotton Marcus es un evangelista que hace tiempo perdió la fe. No obstante, sigue predicando la palabra de Dios, porque esa es la única manera que conoce para alimentar a su familia. Un día llega a su parroquia un extraño encargo, en el que se le pide que se dirija a tierras sureñas para llevar a cabo un exorcismo. Sin pensárselo dos veces, Cotton llama a un equipo de documentalistas para que le sigan en su aventura, con el propósito de gravar toda la experiencia... y de demostrar que estas prácticas no son más que una patraña.

'El último exorcismo', uno de los fenómenos terroríficos del curso pasado en Estados Unidos, viene auspiciado por el gran protegido de Quentin Tarantino: Eli Roth. Este actor / escritor / director / productor de Massachusetts fijó su punto de mira en otro joven realizador, Daniel Stamm. De origen alemán, este cineasta se dio a conocer en los festivales de cine independiente a través de 'A Necessary Death', un documental que supuestamente seguía los últimos días de vida de un grupo de personas que tenían algo en común: su deseo de suicidarse. ¿Habemus polémica? Desde luego, es lo mínimo que cabía esperar de una temática tan macabra. Por suerte para las almas sensibles, todo se trataba de un engaño.


Es lo que técnicamente ha acabado adoptando el nombre de ''mockumentary''. El falso documental, que obviamente ha servido para poner en seria duda las fronteras de la denominación ''no-ficción'', ha sido uno de los grandes redescubrimientos de estos últimos años (por supuesto no es un género de invención reciente, pero ahora mismo sí que está conociendo una evidente segunda juventud). Una fórmula a la que han recurrido autores de todas las procedencias, con intenciones del todo dispares. El que sí que parece ser el factor común entre todos esos filmes, es la voluntad latente en todos ellos de romper la cada vez más fina barrera que separa la realidad de la ficción.

Las consecuencias de este efecto en el género que hoy nos atañe ya se vieron en la controvertidísima -y genial- ópera prima de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 'El proyecto de la Bruja de Blair', película visionaria en todos los sentidos que en cierta manera creó escuela dentro del departamento de marketing del séptimo arete, y que con el tiempo se mostró como un más que apetitoso aperitivo para el posterior festín de terror low-cost que estaba por llegar. Mucho menos espeluznante, pero considerablemente más provocativa -a parte de repugnante- se mostró a principios de la década de los ochenta la cinta de Ruggero Deodato titulada 'Holocausto caníbal', una obra que estuvo a punto de costarle a su director un fuerte disgusto en los tribunales (algo por lo que hoy en día no debería preocuparse... a no ser que fuera director cierto festival de cine fantástico).

Son sobre todo dos ejemplos que ilustran a la perfección lo rápido que ha cambiado la percepción del gran público sobre los productos cinematográficos. En el fondo seguimos siendo igual de ignorantes... pero tenemos más medios a nuestro alcance. Las filtraciones se han multiplicado, con lo que ahora es mucho más difícil que nos tomen el pelo. Esto se vio con la ultra-rentable 'Paranormal Activity', de Oren Peli. En ningún momento de su presentación planeó la duda sobre si lo que veían nuestros ojos era realidad o una ficción. Claramente se trataba de lo segundo, aunque la propuesta realista en el que se enmarcaba la acción consiguió el efecto terrorífico deseado.

Idénticas o por lo menos muy parecidas intenciones podían intuírsele a Daniel Stamm para 'El último exorcismo'. Ya en la primera escena, vemos al protagonista de la historia siendo enfocado por una cámara que se ve descaradamente reflejada en un espejo. No hay la más mínima intención de ocultar el formato. Un acercamiento sin contemplaciones al plano ''real'', que supuestamente debe hacer más convincente (y por ende, más aterrador) el ente maligno de turno que va a aparecer en pantalla. Es un instrumento de inmenso potencial terrorífico, que no obstante es usado para la ocasión con propósitos diametralmente opuestos.

Así es, el segundo largometraje del director nacido en Hamburgo funciona mucho mejor como comedia que no como película de terror. Que nadie imite a la niña del póster y se suba por las paredes al tiempo que se contorsiona de manera inverosímil. No es una afirmación empleada a modo de crítica, sino más bien de piropo, pues todo apunta a que buena parte de las intenciones de Stamm giraban en torno a darle la vuelta a las claves del sub-género de exorcismos, en clave paródica (una voluntad no muy lejana a las ahora popularizadas spoof movies, sólo que en este caso hay buen savoir faire). Para ello es imprescindible la excelente composición de Patrick Fabian (premiado en Sitges con el galardón al Mejor Actor) para el personaje de Cotton Marcus.

Se trata de un pastor evangelista que, aunque haga tiempo que perdió su fe en Dios, sigue predicando y dirigiendo su rebaño porque (según sus propias palabras) "con algo tiene que ganarse el pan". El más encantador de los presentadores de la teletienda, que por caprichos del destino, se ha visto obligado a tratar con asuntos espirituales, en vez de vender productos "milagrosos" adelgazantes. Así, con un transgresor sentido del humor y jugando muy bien con las normas de este tipo de películas que hacen del engaño su principal signo distintivo, el cineasta germano hace que simpaticemos con mucha facilidad con ese embaucador profesional y todo lo que tiene que contarnos (a su favor juega por ejemplo la deliciosa escena del primer exorcismo, uno de los momentos más divertidos del año pasado).

Mientras, nos acerca a la siempre misteriosa e inquietante América profunda, definida muy afortunadamente como una mezcla a veces letal de culturas, folkolre y religión, que supone el caldo de cultivo perfecto para que broten todos los tipos de supersticiones imaginables. Una excelente elección y recreación de escenario, que se encarga de aportar a la película las dosis necesarias de mal rollo. Una magia negra que por desgracia se va diluyendo en una tonta espiral de giros argumentales cada vez menos impactantes. El fiasco relativo se confirma en la recta final, en la que el conjunto intenta ponerse serio, al renunciar éste a todo indicio de realismo e ir a parar a la ficción más sobada... aquella que hemos visto tantas veces. Aquella contra la que parecía luchar Stamm al principio de su película. Pero ya se sabe, el bien no siempre gana.

'El último exorcismo': Mockuvangelización


Las dos cabezas visibles de lo que terminó siendo aquella tontería llamada 'Legión', el actor Paul Bettany y el director Scott Stewart, vuelven a unir sus fuerzas al frente de 'El sicario de Dios', nueva producción de acción fantástica con elementos religiosos y falso marchamo de terror con la que vuelven a pinchar en hueso, ofreciendo nuevamente una producción de más bien pobres resultados y de lógica cuestionable que, eso sí y a diferencia de su precedente, al menos durante buena parte de su metraje mantiene un nivel medio constante y aceptable (dentro de un mínimo) jalonado por algún que otro apunte ocasional, y que unido a sus muy ajustados 85 minutos de metraje hacen de ella una experiencia decepcionante pero pasable si uno es optimista, le va el tema y en la sala de al lado han colgado el cartel de Aforo Completo.

Como toda buena adaptación de un material eminentemente visual, una novela gráfica en este caso, estamos ante una producción donde su aspecto y como luce es lo más cuidado y destacable de una película que por demás y más allá de la evidente crítica hacia el concepto de Iglesia como institución humana, contenido que se antoja más intrínseco que fundamentado como recurso premeditado, ve como su discurso y cualquier cuestión dramática se ve condicionada descaradamente por su apuesta inmisericorde por servir a la acción como causa única de su ofrenda hacia el espectador, desembocando en un inequívoco y hueco pasatiempo cuya propia vacuidad queda en evidencia por la seriedad con la que afronta sus propias limitaciones y al que le falta ese sentido del humor necesario para taponar las grietas de su propuesta.

De un tiempo a esta parte se nota una diferencia abismal con las producciones llamadas a ejercer con suma profesionalidad su cometido de distraer a la audiencia sin más ambición que ayudar a desconectar durante unos minutos de temas tan triviales y aburridos como a los que nos solemos enfrentar en el día a día de nuestras vidas. Por lo general, uno diría que en tiempos a partir de una idea se elaboraba una historia; a partir de una historia lo que vendría a ser un guión con comas y puntos; este guión derivaba en una película tras ser moldeada al amparo de un cineasta por los diferentes departamentos; y finalmente dicha película llegaba a los cines para disfrute (o no) de la audiencia. Ahora no son pocas las ocasiones en las que parece que el proceso se ha simplificado de tal manera que una idea se transforma directamente en película sin pasar por las manos de un guionista que le dé forma (o al que no se le da tiempo para que lo haga), de igual manera que uno sospecha que la responsabilidad de un rodaje empieza a recaer en demasía en el departamento de efectos especiales y similares. Y es que al igual que existen casas prefabricadas o comida precongelada, parece que existen modelos de guión a descargar de internet tras una simple búsqueda en google.

'El sicario de Dios' es una de tantas producciones que parecen diseñadas con escuadra y cartabón por lo que más que un cineasta vendría a ser un comercial, construídas como vulgarmente se dice empezando la casa por el tejado y donde al guión se le obliga a no ser más que un manto que arrope sus escenas de acción, y no al revés. No es que sea un cúmulo de lugares comúnes transitados de forma harto vulgar; no es que sea una sucesión de escenas y acontecimientos predecibles resueltos de manera más bien mecánica y poco emocionante; no es que sea una suma de elementos y detalles que juntos configuran un mapa dramático cuya estupidez se desmonta por sí misma... que también. Es más la sencillez poco pragmática resuelta por la mano ingenua de un cineasta, Scott Stewart, quien se toma en serio aquello que su cámara retrata en pantalla sin percatarse de que a esta reinterpretación no confesa de 'Juez Dredd', personaje al que resulta difícil no recurrir, no se la puede tomar en serio, no al menos si no existe un guión detrás que arroje algo más a favor que un trasfondo dramático que haría palidecer de verguenza a Dominic Toretto y familia, una simple excusa para un tiqui-taca filmado con correción pero sin brillo que no destaca por nada en particular en el que el malo malísimo (un Karl Urban que por cierto será el nuevo 'Dredd'...) se le reserva tanto tiempo en pantalla como a los cuchillos de un "Priest" al que Bettany, por otro lado, interpreta como si de un personaje shakesperiano se tratara...

No cabe duda de que la propuesta de este 'sicario' es tan hueca y vacía como un fuego de artificio al que se le podría pedir muchas cosas, especialmente sentido común. Porque lo primordial para el éxito de una empresa es conocer a lo que puedes aspirar para tener éxito, y ser tan ambicioso como realista te permitan tus opciones. Con algo de sentido del humor, personalidad tras las cámaras y voluntad por haber trabajado en favor de una serie B de lujo más o menos convincente y efectividad, este sacerdote podría haber repartido unas ostias sagradas tan simpáticas que hasta los ateos se habría planteado su conversión... el problema es que el sentido del humor es tan inexistente como la personalidad y la voluntad ni el talento parecen alcanzar para hacer de este 'sicario de Dios' algo distinto a una producción mecánica, fría y distante que tanto monta que monta tanto, y que cae en el ridículo en cuanto a sus protagonistas se les permite mentar el nombre de Dios en vano con esas tonterías que alguno llamará diálogos.

'El sicario de Dios': Juez Priest

viernes, 29 de abril de 2011


De toda la vida de Dios, la infancia de un crío está marcada por personajes de ficción, ya sean estos radiofónicos, televisivos, cinematográficos, literarios o como en este caso gráficos. Todos nosotros (o por lo menos la gran mayoría) hemos soñado alguna vez con ser como Superman, El Llanero Solitario, Sherlock Holmes, Hércules, Legolas, Indiana Jones, Peter Pan, Starbach, Oliver Aton, formar parte de la Pandilla de los 5, del Equipo A, de la Patrulla-X, etc..

Durante muuuchos años todos esos personajes fueron las inspiración de una gran cantidad de cineastas para sus films; bueno todos no, los gráficos, es decir los que salían en los tebeos ahora llamados cómics, fueron poco utilizados. Pero no porque no hubiese niños que no soñasen con ellos, sino porque era precisamente el público al que estaba destinado, la razón por la que no se hacía, los cómics, eran para niños y como tal se veían a esos personajes. No fue hasta el año 78 cuando se pudo ver por primera vez en pantalla grande y de forma seria un superhéroe (el Batman del 66 ni lo cuento) de esos que salía en los tebeos. Richard Donner abrió el camino con 'Superman', pero lo abrió poco. Si bien las dos primeras películas de la saga tuvieron gran éxito comercial y estaban bien realizadas, las dos siguientes dejaban mucho que desear y esto mismo hizo que todo volviese a quedar en el mismo estado en el que estaba antes, el olvido.

La desconfianza de los grandes estudios hacia este tipo de películas hacía que se creasen productos de bajo presupuesto como el 'Howard el Pato' del año 86 (sí, es un personaje de Cómic) o directamente peor que mediocres como ese Vengador teñido de Dolph Lundgren del 89 o ese Capitán América de Matt Salinger del 91 que fueron directos a video. Curiosamente, estas dos últimas fueron creadas por estudios pequeños e independientes al amparo de la que fue la segunda incursión seria de otro personaje “en mallas”, y que llego en el año 88 de la mano de ese genio para algunos y chiflado para otros que es Tim Burton con un Batman de coloristas contrastes que empezaba a demostrar que eran muchas las generaciones que, habiendo crecido con estos personajes, estaban dispuestos a acudir a las salas de cine para seguir disfrutando de las aventuras de esos personajes que les hacían soñar de niños.

Pero por desgracia, sin contar con ese destacable The Crow del malogrado Brandon Lee en el año 94 (que sí, que este también salió de las páginas de un cómic), otros 10 años de espera y productos de serie inclasificable como esos 4 Fantásticos que sólo se pueden conseguir por Internet y que nunca se llegaron a estrenar ni en los USA, o el Spawn de New Line, fueron necesarios para que finalmente un vampiro sediento de venganza llamado Blade pusiese por fin una pica en Flandes e hiciese que esos primeros surcos que había abierto 20 años antes Superman, y que se hicieron mas profundos 10 después con Batman, se convirtiesen en un camino a seguir a partir de ese momento por todas las grandes distribuidoras para explotar esa gran veta dorada en la que ha acabado por convertirse todo aquello que aparece en una viñeta gráfica.

En sólo 13 años, el subgénero de los cómics y dentro de este el de los superhéroes ha crecido exponencialmente tanto en calidad (gracias a Raimi y Nolan entre otros) como en cantidad, haciendo las delicias de esas generaciones antes mencionadas, entre las que tengo la suerte de encontrarme, que soñaban con ver a sus admirados personajes en pantalla grande. Tanto ha sido así que se podría decir que lo que antes eran productos marginales dentro de los grandes estudios, se han convertido en los grandes proyectos de las mismas, esos que aseguran la taquilla, que hay que explotar de todas las formas posibles desde que San George Lucas inventase el Merchandaising y que al menos una vez por año nos hacen pasar por caja para ver y a ser posible disfrutar de las andanzas de estos dioses de la imaginación. Este año el primero de los elegidos que nos visita desde la mismísima Asgard es el mítico Dios del Trueno encarnado en la figura del australiano Chirs Hemsworth, y al igual que a los gigantes de hielo a los que se enfrenta, a mi me ha dejado frío.

Con un plantel de actores tan solvente como los oscarizados Hopkins y Portman, el más que bueno Stellan Skarsgard, los prometedores Tom Hiddleston y el propio Chirs Hemsworth, y un director de los que les gusta crear buenas historias de personajes como Kenneth Branagh, no entiendo como Paramount ha permitido un Blockbuster tan Blockbuster como este.

Viéndolo desde la perspectiva del seguidor del personaje desde mi más tierna infancia y conociéndome todo de él, veo que se han preocupado medianamente por la coherencia de la historia del personaje, que han hecho un esfuerzo porque me sienta a gusto y conforme viendo batallas con gigantes de hielo o respetando con bastante acierto la historia del que seguramente sea el villano con mayor potencial de todos los que pueblan los cómics como es Loki, o que incluso se han molestado en añadir esos pequeños detalles que a nosotros tanto nos gusta descubrir como la gula de Volstagg o las referencias a Stark. Y desde la perspectiva del espectador que acude sin más conocimiento a la sala de cine que el que me proporcionan los anuncios de televisión, el propio cartel y lo que se anuncia en los distintos medios de comunicación, la película ciertamente es todo un Blockbuster, con mundos imaginarios espectaculares, vestuarios y caracterizaciones retrofuturistas, escenas de acción y lucha, buenos y malos perfectamente reconocibles y efectos especiales para dar y tomar.

Lo malo es que ninguno de los dos espectadores sale excesivamente contentos de la experiencia mística. Ni consigue contentar al crítico seguidor, por desperdiciar no sólo a Thor sino a todo lo que le rodea (lo de los 3 guerreros y Sif es de risa) ni al neófito, que no ve más allá que otra hueca historia de chico idiota y engreído (en este caso Dios idiota y engreído, pero para el caso es lo mismo) que se redime por el amor en un abrir y cerrar de ojos, rodeado de puñetazos, explosiones y un peligro que amenaza al mundo, es decir, lo mismo de una y mil veces. Da la sensación de ser una película sin alma por culpa de que alguien estrechó las miras de un proyecto que de pretender ser bueno, debiera haberse rodado o bien en dos partes o en una con al menos 30 min más que le dieran coherencia al conjunto, pero que parece haber sido cortada para no resultar pesada y que consigue un producto del montón con unos mimbres tremendos. Es como si para construir un coche elegimos ruedas de camión, el motor de un Rolls-Royce, la carrocería de un Aston Martin, pretendemos que lo pilote Fernando Alonso y lo ensamblamos con tornillos de IKEA en 30 min (con todos mis respetos hacia la compañía Sueca). Por muy bueno que sea el piloto, eso no hay manera humana de hacerlo andar de manera decente aunque cada parte sea excepcional. Por desgracia este Thor más que Dios del Trueno se queda en Colega del Mazo Gordo y eso no tiene perdón de Dios, digo de Odín.

Ahhhh, se me olvidaba, no os vayais cuando salgan los créditos (por lo menos los seguidores de comic)

'Thor': Por las Barbas de Odín

jueves, 28 de abril de 2011


Y cinco ya. Quien podía imaginar cuando se estrenó 'The Fast and the Furious' en aquel verano de 2001 que aquella modesta, sencilla, correcta y un tanto corriente pero muy entretenida película de acción sería la primera de una larga y exitosa saga que además presenta un envidiable estado de salud que para sí quisieran muchas otras sagas que, no obstante, caen en el error de pretender tener algo que contar. Porque muy probablemente en la sencillez de objetivos, expectativas y resultados es donde reside el éxito que le ha permitido a la franquicia colgar un cinco en su casillero, una saga a la que le vale con entretener por más que a sus responsables se les llene la boca tratando de darle dimensión humana a lo que no deja de ser una carrera de coches con un pibón al fondo... y a mucha honra.

No obstante la cosa tiene truco pues esta 'Fast Five' podría considerarse más bien una especie de segunda parte de una nueva trilogía -muy al estilo del Hollywood del siglo XXI- que dio comienzo con esa cuarta parte rebautizada sin el molesto doble "the" que adornaba el original, y que en su versión española confirmaba el descarte absoluto del 'A todo gas' con el que vagamente se la intento dar a conocer. Con Paul y Vin de nuevo dando brillo al cartel y Justin Lin confirmado como el director de la franquicia, esta recuperaba la energía que había ido perdiendo permitiendo a la saga expandir sus límites más allá de las carreras urbanas y, lo que es más importante, le otorgaba al fin la personalidad que los cambios en su reparto le habían esquilmado. 'Fast & Furious 5' viene a ser el ensalzamiento del modelo impuesto en la previa tanto en su vertiente buena como en la mala haciendo de ella un pasatiempo muy logrado en base a ser una película, como tal, bastante poco lograda que, sin embargo y hasta que el propio Michael Bay lo ponga en duda con su esperemos muy gamberra 'Transformers 3', cuenta con una de las escenas de acción más orgásmicas del año. Sí, orgásmicas.

Si lo bueno se hace esperar 'Fast & Furious 5' toma buena nota de ello porque se reserva para el final de lo bueno lo mejor que, en una franquicia fundamentada en la conducción temeraria y vertiginosa, no podía ser otra cosa más que una ya adelanto espectacular, salvaje y bruta persecución de coches que se diría que, Dios me perdone por la blasfemia, parece rodada por el mismísimo Sr. Bay. Y es que es tan digna que uno se imagina a Bay cual Homer Simpson babeando ante la Venus de Milo al ser testigo de cuantos coches salen al paso de Brian y Dom son apaleados con una muy gozosa y agradecida saña sin respeto alguno por quienes supuestamente los conducen.

No obstante, y al igual que ocurría con la que se hacia llamar secuela de 'Matrix', a dicha persecución la anteceden no pocos minutos de metraje que ni por asomo brillan de la misma forma a pesar de los constantes intentos por trufar esta de diversas escenas de tensión que, sin dejar de funcionar por su cuenta y riesgo con efectividad y espectacularidad innegables, tampoco consiguen disfrazar del todo un libreto al que le falta convicción para ejercer como tal. Por valer puede valer, y de hecho vale perfectamente para lo que se pretende que valga sirviendo de necesario apoyo a una producción que nunca deja de resultar distraída a su paso por la pantalla, pero lo uno no quita lo otro y no estaría de más que el ruido también pudiera provenir no sólo de los potentes motores de los bólidos protagonistas, máxime cuando la historia permitía algo más que su doblegación forzosa a un esquema que le priva de consistencia y que deja en el limbo numerosas preguntas cuyas respuestas pondrían en un apuro a la credibilidad que le concedemos por motivos evidentemente prácticos.

Vin es Dom y Paul es Brian, tal para cual y modelados a imagen y semejanza. A la fiesta se une Dwayne Johnson, quien entra haciendo mucho ruido pero cuyo personaje se diluye entre las líneas de un guión que le acaba arrinconando para que sea poco más que un comparsa en una pelea de tú a tú con Diesel que, no por casualidad, recuerda a las de 'Los mercenarios' de Stallone con un punto muy de agradecer en donde prima más la testosterona pura que una estilizado coreografía. El resto de llamémosle personajes relevantes no dejan de ser viejos conocidos de distintas entregas previas -a los nuevos mantengámoslos al margen que no aportan nada que no sea su sombra-, y que vienen a servir para dar cierta continuidad a la saga, títeres que al igual que los demás integrantes de la flota de la Enterprise sirven de ocasionales engranajes necesarios para que los protagonistas tengan un resorte con el que desbloquear el argumento, pero sin que sus aportaciones tengan por qué significar que esconden algo más que su simple presencia que, además, alarga un metraje que se antoja ligeramente excesivo por culpa de la confluencia de todos ellos en pantalla. Puestos a destacar por destacar lo cierto es que cabe mencionar que la belleza tanto de Jordana Brewster como de Gal Gadot se llevan bien con la cámara, algo que permite que la presencia de ambas siempre sea de agradecer.

Al igual que sus antecesoras esta quinta entrega que amenaza con una sexta, dígitos hasta hace bien poco reservados sólo para el llamado cine de terror y que en una producción comercial no dejan de producir algún que otro escalofrío, cumple con su promesa de entretener recorriendo un camino en el que el bien y el mal es de aplicación más que voluble y partidista, en el que no deja de ser buena dentro de lo que es sin por ello ser necesariamente buena como lo que es, y a la que la pregunta de más fácil aplicación es sí es mejor o peor que las otras, una pregunta a la que basta con responder con un "gustará a quien haya catado de buena gana cualquiera de las anteriores". Poco importa que su trasfondo dramático sea de cartón piedra -más un pose que un contenido propiamente dicho-, que sea la más larga -y la que se hace más larga- de las cinco, que tengamos tantos personajes con tan poco que decir -y que a veces son más un lastre que otra cosa- o que en su argumento encontremos agujeros u/o incoherencias del tamaño del Nyiragongo -véase el "golpe": media película preparándolo para que al final entren como Pedro por su casa con una facilidad pasmosa-.

Todo en 'Fast & Furious 5' rinde pleitesía a lo que podríamos considerar como el máximo exponente del que se puede adoptar ya como un género en sí mismo, el cine poligonero -aplíquese la acepción del término que se prefiera-, y que en líneas generales no presenta nada nuevo que no hayamos podido ver en cualquiera de sus títulos precedentes sin que no por ello deje de resultar igualmente entretenida y perfectamente válida, aunque sólo sea por la eficacia con la que su puesta en escena resuelve la papeleta, la falta de prejuicios con la que luce sus no pocos defectos y, por supuesto, por terminar luciendo la que sin duda será una de las escenas de acción más recordadas (y disfrutables) del año. Aunque sólo sea por esta escena, a lo cabe aportar la periódica aportación de diversos picos de desmadre inspirado (como la secuencia del tren), lo cierto es que el precio de la entrada queda bien amortizado.

'Fast & Furious 5': La manita del poligonero


Michael Rowe se ha ganado por derecho un lugar dentro de la industria con su primer ejercicio fílmico; y si bien algún día no consiguiese el reconocimiento que ha logrado con Año bisiesto (México-2010), por lo menos tenemos presente que esta cinta es una de las mejores cintas que se han hecho últimamente acerca de las complejidades del ser humano ante la necesidad de no estar solos pero tampoco sentirse acompañados.

Este drama de de 94 minutos que pese a su tema y el optar hacerlo un poco denso para emparejarlo visualmente con la trama, se deja ver de una manera bastante sencilla, y además lo suficientemente comprensible para tener ante nosotros un par de personajes delineados tan sutilmente que no nos deja adivinar nada, pero sí entender las razones que los han dejado varados en el terreno que pisan. En ese sentido, el guión de Lucía Carreras junto con Rowe se encuentra a la par que la sólida dirección de esta ópera.



En ella, Laura (Mónica del Carmen) tiene 25 años. Es periodista, está soltera y vive en un apartamento en México D.F. Después de una larga serie de aventuras amorosas sin futuro, conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra). La primera vez que hacen el amor, los gestos de Arturo la conmueven profundamente. Entonces comienza una relación intensa, apasionada y sexual en la que se mezclan el placer, el dolor y el amor. Pasan los días, que Laura tacha uno a uno en un calendario, y el pasado de la mujer vuelve a surgir, acosando a Arturo.

Increíble lo logrado con este estilo de dirección pausado e intimista que no muestra efectismos sobre la realidad de la protagonista Laura; un ser que se entiende a sí mismo, que no está motivada por lo que sucede a su alrededor y que es víctima de su propio encierro por necesidad, pero no estando obligada, a momentos busca la compañía que le haga sentir que existe y que es importante para algunos. Cuando eso no sucede lo mitómano puede ayudar a darle fluidez a los deseos para formularse una vida que posiblemente desea.

Por otro lado Arturo, personaje extraviado y serio muestra que puede ser esa compañía arrebatadora, en ocasiones dulce en ocasiones agresivo, pero nada que no pueda satisfacer los deseos de ambos. Excelentes actuaciones -con actores que pueden resultar extraños pero que le da más realismo a la historia-, se condensan firmemente con la idea de mantener ese ambiente claustrofóbico limitando el espacio a un departamento sin que se necesite nada más.

Año bisiesto no busca musicalizaciones agudas y tristes, ni fotografías llenas de grano y grises; sino que hace gala de diferentes planos con cámara fija en diferentes ángulos para poder tener un acercamiento más cercano a los personajes y la acción en todo momento. Indispensable visionado para una cinta que tiene para mostrar elementos humanos internos que en base a necesidades de aceptación y compañía terminan haciendo mella en las personas, esa es la soledad privada, la que uno mismo se forja y con la que uno mismo convive; con la que más vale estarse acostumbrando porque ella suele ser fiel compañera.

'Año bisiesto': Los últimos 28 días

miércoles, 27 de abril de 2011


No cabe duda de que de un tiempo a esta parte el cine de animación, en tiempos un privilegio casi exclusivo de Disney a pesar de algún que otro intento aislado y generalmente fallido, se ha vuelto uno de los principales sustentos de la economía de los grandes estudios hollywoodienses, gallina de los huevos de oro a la que se empieza a exprimir de tal manera que se amenaza la propia estabilidad del mismo debido a la saturación de producciones sin mayores aspiraciones que hacer caja con el "para todos los públicos", el "merchandising" y demás parafernalia que utiliza a los menores como encerrona para sus mayores, pues por más que se diga que la animación ha dejado de ser sólo para niños filmes como 'Rango' son los menos, tanto por público objetivo como por calidad. Con la llegada de los píxeles a la gran pantalla como medio de animación por excelencia poco a poco todos los estudios fueron animándose, chiste fácil nº uno, al ver los excelentes resultados de la pionera Pixar y, en menor medida, de DreamWorks Animation.

En términos puramente comerciales, Blue Sky vendría a ser el tercer lado del triángulo escaleno que forman las tres grandes compañías, las tres con una cada día mayor lista de títulos de éxito (económico) a sus espaldas. Baste nombrar lo que pronto será la tetralogía de 'Ice Age', título que a bien les merece recordar en cada uno de sus promocionales, para hacerse una idea de lo que cabe esperar de 'Rio'. Si por algo se ha caracterizado la mencionada Blue Sky es por su apuesta descarada por la realización de un cine de animación simplemente entretenido. De "animación" y "entretenido", sin más. Y bien visto cabe admitir que todas sus producciones resultan entretenidas, sin entrar a valorar otros posibles factores, porque lo son: desde las mencionadas entregas de 'Ice Age' pasando por 'Robots' y 'Horton'... y como cabe esperar esta misma 'Rio', producción de animación por ordenador en 3D tan entretenida como poco memorable, y tan aceptable para ser vista como tan aceptable resulta pensar en su inmediato olvido.

¿Es el cine de animación un género en sí mismo? Más bien no, o al menos no debería. Al igual que el 3D por ejemplo no deja de ser una herramienta a usar por los profesionales que se ocultan tras las cámaras, la animación no es más que un elemento que permite una serie de posibilidades a la hora de contar historias de una u otra manera, especialmente aquellas centradas en personajes y elementos no humanos que sin embargo permitan ser humanizados, y que de igual manera que la elección de un modelo de cámara, un tipo de lente o una paleta de colores la elección de un tipo de animación, que tampoco escapa a ese tipo de consideraciones artísticas, marca inequívocamente la personalidad de cualquier largometraje. Y de un tiempo a esta parte el píxel es el amo y señor, per se, a veces impersonal o simplemente funcional, relegando por otro lado a cualquier otro tipo de animación a un segundo plano por más que filmes como 'Los mundos de Coraline', por decir alguno, se merezcan todos los aplausos y más. Repetimos, ¿es el cine de animación un género en sí mismo? Si bien los propios animadores defenderán lo contrario, producciones como 'Rio' así lo atestiguan pues el último largometraje del brasileño Carlos Saldanha, habitual de la casa, ejerce el medio como si de un género se tratase con lo que todo ello representa.

Blue Sky, guste más o guste menos, ha sabido encontrar ya desde el primer 'Ice Age', en 2002, su estilo propio a la hora de abordar cada uno de sus largometrajes, todos ellos marcados por la pauta de complicaciones las justas y entretenimiento el máximo que permita la fórmula, lo que garantiza la distracción aunque sea a costa de evitar las posibilidades del relato de ir hacia alguna parte, no digamos ya de arriesgar. 'Rio' viene a ser una más, una cinta de animación que emplea su medio como género para no trascender más allá de los muros del cine de animación por ordenador en 3D para todos los públicos. Se deja ver y no aburre, pero de la misma manera que se deja ver se dejará olvidar, básicamente, porque no hay nada en ella que merezca la pena recordar... que no hayamos visto ya en cualquier otro largometraje de animación, sea de la propia Blue Sky o de la competencia, sin siquiera tener al menos un personaje secundario como ese Robin Williams/Florentino Fernández que se comía cada tuerca de 'Robots', y por más que no se pueda decir nada malo de las voces que se dejan oír en la versión original. Así, 'Rio' es un refrito del habitual esquema que sirve de base para las producciones del montón transformando al protagonista en un guacamayo y trasladando la acción a un idealizado Río de Janeiro, visión se antoja más bien simple de una ciudad que recuerda a la que suelen poner en práctica los capítulos de Los Simpson en los que estos hacen turismo internacional, pero despojándole de la mala baba y/o torpeza a la hora de incidir en los aspectos menos promocionales a nivel turístico. Lo dicho, tonterías las justas, porque lo importante es que la cámara esquive cuantos más objetos mejor y a toda velocidad en las innumerables (y logradas) secuencias de acción (en 3D).

'Rio' no es una producción ni recomendable ni evitable, sino más bien todo lo contrario. Cumple con su función y su cometido, lo hace con cierta convicción aunque resulte tan evidente que sorpresa más bien poca, y aunque más que digna su propia sencillez no le permite ni tan siquiera sacar provecho de algunos de sus elementos, como esa manada de monos que a juzgar por las aportaciones de los pingüinos en 'Madagascar' o de los Minions en 'Gru. Mi villano favorito' demandaban más presencia en pantalla. Visto así, se hace evidente que su aportación posterior como largometraje independiente es más bien escaso donde el único fundamento real que le encontramos es servir de excusa para una nueva y excelente partitura de John Powell, compositor cuyo nombre se antoja indispensable para garantizar el aceptable de cualquier producción ya sea de animación o de imagen real. Técnicamente notable, especialmente cuando sus protagonistas surcan los cielos como ya ocurría con 'Ga'Hoole' o 'Cómo entrenar a tu dragón', dos producciones sea dicho de paso más logradas y satisfactorias, donde el efecto 3D puede llegar incluso a causar vértigo, 'Rio' no deja de ser una opción más que decente y que dentro de su limitado alcance puede ser disfrutable, quizá no como para salir bailando samba de la sala de cine, pero tan poco tan cabreado como a la salida de esa tontería llamada 'Gnomeo y Julieta'. Blue Sky al menos sabe mantener las formas y aunque no deje de ser cine de animación como género, el mismo concepto que suelen evadir todas las grandes cintas que se valen de la herramienta para hacer cine, al menos es cine de animación como género del bueno, o cuanto menos del entretenido.

'Rio': La animación como género


Los miembros de una secta satánica viven desde hace días sumidos en el terror. Milton, un hombre al que todo el mundo daba por muerto, les persigue buscando venganza por la muerte de su hija y el rapto de su nieta. Uno tras otro, los miembros de dicha organización van cayendo como moscas. Nada parece frenar a nuestro protagonista, que ha ganado fuerzas desde que uniera a su causa a la atractiva Piper, una chica de armas tomar que ha dejado atrás su vida y que tampoco se arruga ante ninguna situación adversa... ni aunque ésta implique enfrentarse cara a cara con fuerzas provinentes del mismísimo infierno.

Antes del comentario de la película, un breve mensaje de nuestro patrocinador. Apadrine a Nicolas Cage. Desde la fundación S.O.S. Cage somos plenamente conscientes de las dificultades económicas por las que están pasando la mayoría de familias del mundo entero... pero piense que Nicolas seguramente lo esté pasando mucho peor. Por menos que le cuesta comprar una cerveza en el bar de la esquina, puede ayudar a Nicolas a salir de tan deplorable estado. Considérelo, su gusto cinéfilo será el máximo beneficiado. Y recuerde, sea siempre extremadamente cauto a la hora de elegir a la persona que va a encargarse de sus finanzas, y séalo aún más cuando le toque controlar el estado real de su patrimonio. Por muy bien que parezca que vayan las cosas, la ruina puede alcanzarle cuando menos se lo espere.


Así es, en el tiempo que usted ha empleado para leer dicho comunicado, seguramente Nicolas Cage habrá terminado de rodar su(s) última(s) película(s). En el tiempo que usted haya acabado de leer esta frase, el pobre diablo ya estará planificando su nuevo trabajo. Y es que por dinero San Nicolás rueda lo que haga falta... más aún cuando su cuenta corriente anda tan maltrecha. No es que su imaginación les esté jugando una mala pasada. Si ven al Sr. Cage hasta en la sopa es porque realmente está allí. Realmente lleva un ritmo de producción exorbitado. Son tantas las películas en las que participa; son tantos los papeles que debe interpretar, que es normal que haya llegado a un punto de saturación.

En la disciplina olímpica de salto de trampolín, no son pocas las veces que hemos visto a algún deportista perder por completo la orientación durante la siempre vertiginosa ejecución de sus piruetas. El consiguiente planchazo no sólo priva al saltador de la medalla, sino que además hace que éste sea el blanco de las burlas de todos los asistentes a la piscina. Lo que la mayoría del público desconoce es que los motivos que han impulsado al ahora payaso a hacer el ridículo son puramente biológicos... y contra eso no hay entrenamiento que valga. De dar tantos mortales y tirabuzones, llega un momento en que el cuerpo reacciona violentamente y dice basta. Se le ha agitado tanto que pierde por completo la noción de lo que está arriba, abajo, a la izquierda o a la derecha. La peor de las pesadillas de cualquier habitante del Barrio Sésamo.

Algo similar le ha ocurrido a Nicolas. Son tantos los trabajos que tenido que hacer por compromiso, que ha perdido totalmente la noción de qué personaje está interpretando en ese momento. Es consciente de la situación, y como sigue teniendo su dignidad (aunque se haya emperrado en demostrar lo contrario), ha decidido evitar a toda costa el susodicho planchazo. Para ello ha adoptado el clásico método empleado por ilustres compañeros de profesión como Steven Seagal o Keanu Reeves. La táctica del hombre sin rostro, en la que la cara pasa a convertirse en un mero complemento. Ira, duda, alegría, terror... son demasiados los estados anímicos del ser humano, pero todos ellos pueden verse reducidos a uno solo merced a un extremo relajamiento de los músculos faciales. Así se lo aplica Nicolas.

Volviendo a su cacao mental, es comprensible que este sacrificadísimo actor se encontrara con la más que embarazosa situación de no saber cómo abordar a su nuevo héroe en pantalla. ¿Y si le diera un toque humorístico cuando en realidad la ocasión requiriera una actitud mucho más dramática? Eso sí que sería su perdición. Lo mismo que darse el gran planchazo. Antes que pasar por aquí, mejor adoptar un posado neutro, que ayude a solventar la papeleta en cualquier situación. Volviendo ahora al trampolín, es como si el nadador, por miedo a convertirse en la mofa de los espectadores, decidiera renunciar a los saltos elaborados, y se limitara a caer recto, con los brazos pegados al cuerpo y las piernas bien juntas. Lo que vendría a ser el archi-conocido estilo del palillo. Una sosería. ¿Se evitarían así las risas? Seguramente, aunque el espectáculo ofrecido sería más bien triste.

''Triste'' sería precisamente junto a ''entrañable'' -admitámoslo- el calificativo que mejor definiría ahora mismo a Nicolas Cage... y a la mayoría de películas en las que se deja ver. 'Furia ciega' desgraciadamente no marca la excepción. Lo que sí lo hizo fue su deliciosa aparición en uno de los tráilers del proyecto 'Grindhouse', en el que se suponía que se pondría en la piel de Fu Manchu. Genial. El concepto ''Grindhouse'' es precisamente la principal fuente de alimento de la enésima película del sobrino de Francis Ford Coppola. Se percibe con mucha fuerza el espíritu de aquellas películas proyectadas en programas dobles de cines destartalados. Títulos que hacían que la categoría Serie B se quedara muy corta. Filmes que aún a día de hoy siguen sirviendo de fuente de inspiración a genios como Quentin Tarantino, a su última ''bastardada'' nos referimos, por ejemplo.

Eso sí, por mucho que nos gusten las gamberradas de este eterno enfant terrible, es innegable que sus gustos cinéfilos no siempre merecen tantas alabanzas. Puede que la basura acabe engendrando oro, pero sigue siendo basura. Imposible saber si en un futuro algún talentoso cineasta se inspirará en 'Furia ciega' para concebir alguna obra maestra... lo que ya es más fácil de demostrar es por qué la nueva película de Patrick Lussier (auténtico Doctor Honoris Causa en el trash cinema) es un fracaso total. Para ello, es bueno recuperar una película recientemente llegada a nuestras salas, que aprovechaba de forma excelente el efecto boomerang, también conocido como el efecto del chiste rematadamente malo... tan malo que a uno no le queda más remedio que reírse a carcajadas.

Hablamos de 'Piraña 3D', delicioso remake firmado por Alexandre Aja del clásico de terror de Serie B de Joe Dante. Un filme del que si se pueden tener buenas palabras es por el simple hecho de que en ningún momento se tomaba en serio en sí mismo, lo cual era una actitud paradójicamente fruto de un intenso proceso anterior de toma de conciencia. La criatura era plenamente consciente de la poca -poquísima- materia gris que la sustentaba, de modo que antes de aventurarse en aguas demasiado turbias, decidió reírse de su propio reflejo. Reír hasta el punto de contagiar al público, y así obrar un pequeño gran milagro. Patrick Lussier entiende la jugada... pero solo a ratos.

Buena cuenta de ello da el inagotable tropel de personajes secundarios (siendo un desatado William Fichtner su mayor exponente), cada cual más pintoresco, o sobre todo algunas escenas especialmente alocadas, como la del tiroteo en el motel de carretera, en el que el protagonista va liquidando a sus enemigos mientras copula con una camarera, se fuma un puro y sostiene una botella de whisky que obviamente va dejando cada vez más seca. Leves pinceladas que ayudan a configurar el espejismo de un -deseado- delirum tremens que lamentablemente no llega nunca a materializarse. Al menos no de la forma más deseable. Culpa del director, y de otros muchos factores que en mayor o menor medida obstaculizan el desmadre total en el que debería haberse convertido la propuesta.

Aquí es cuando vuelve a aparecer el nombre de Nicolas Cage, un actor que por todo lo comentado antes, más allá de su peluquín, se queda sin argumentos cómicos, tan necesarios para esta ocasión. En este sentido, el que sepa distinguir una broma suya de un discurso para un funeral, merecería un premio de los gordos. Tampoco ayudan (y esto ya hace tiempo que es preocupante) las gafas polarizadas. Se nota que la película ha sido rodada en 3D, con lo que no puede hablarse de un mal empleo de dicha tecnología, pero por lo poco que ofrece, la broma sigue antojándose demasiado cara para el espectador. Por su parte, qué decir de un guión que en demasiados momentos muestra síntomas obvios de haber sido firmado por una panda de adolescentes en celo y no escolarizados. Lo dice alguien plenamente consciente de que lo absurdo y el sinsentido son cartas que hasta deben exigirse en este tipo de películas... pero hay límites, y éstos cobran aún más importancia cuando el resultado final es tan pobre, tan aburrido... tan triste.

'Furia ciega': El peluquín infernal


Intentar hablar de 'Sucker Punch' es sin duda intentar descubrir a Zack Snyder. ¿Consolidación? ¿Promesa que no acaba de explotar? Intentemos aclararlo.

"One hit wonders", o lo que es lo mismo, artistas con un solo éxito. Así se les denomina en el mundo de la música, y aunque en el mundo del celuloide no sea exactamente igual si que podemos usar la referencia con aquellos realizadores que tras un éxito inesperado, y un par de películas con una taquilla alta, no consiguen dar finalmente ese salto de calidad que se les suponía en un primer momento y acaban dirigiendo películas “del montón” que incluso pueden llegar a ser catalogadas como buenas, y que aunque tienen su público no pasan de ser intentos por convertirse en el grande que pudo ser y no fue.

Directores que siendo solventes, o más que eso, no son capaces de refrendar con más films de calidad aquella chispa de genialidad que se le vio en un momento dado convirtiéndose asi en un director capaz de por si mismo crear expectación ante su próximo proyecto, de convertirse en las nuevas estrellas que miman los estudios. Porque en este momento actual en el que las estrellas cinematográficas que atraen el público a las salas ya no son los actores, como hasta ahora había ocurrido en los tiempos en que los estudios apostaban por los actores tal y como se hacía antes de los 70 con Gable y Stewart, y que derivaron después en que los actores dejaron de ser propiedad de los estudios pero siguieron siendo las estrellas, parece que pasa por un momento de sequía en cuanto a estrellas se refiere; tener a De Niro, Pacino, Hanks, Pitt, Willis o Cruise ya no garantiza el éxito de una película, y teniendo en cuenta que Connery decidió retirarse y las estrellas emergentes adolescentes aun están sin cuajar, los estudios han girado sus miras hacia aquellos que consiguen llenar sus salas porque las estrellas siguen existiendo, pero parece que de momento han cambiado: ahora son ellos, los directores. Gente como Spielberg (por supuesto el rey), Scorsese o Eastwood han de ser sustituidos, o mejor dicho acompañados, por los nuevos talentos y en esos nuevos, donde sólo entran unos pocos capaces de estar a la altura de los maestros y que ahora mismo acoge también a Nolan, los Cohen y pocos más, ahí es donde se pretende colar Snyder.

De momento este realizador comenzó muy bien con la solvente y entretenida 'Amanecer de los Muertos', tuvo su momento cumbre con la sorprendente e innovadora '300' y partir de ese momento empezó la espera, no por su parte, sino por la nuestra. Sus vigilantes de 'Watchmen' ratificaron su peculiar modo de rodar y su buen hacer a la hora de elegir la paleta de colores pero tan particular obra (particular no por el director, sino por el propio creador de la misma, Alan Moore) no despejó la incógnita de su genialidad, dado que aun siendo un éxito de taquilla éste ya era conocido y esperado (de nuevo por la propia obra) lo que nos hizo seguir aguardando que en sus próximas películas se dejase ver o no ese talento que lo encumbre o lo deje al nivel de los solventes que no maestros.

Y ese momento ha llegado, tras el film del 2009, se atrevió con la animación en 2010 con unos búhos animados que pasaron sin pena ni gloria (esa que debería haber sido) por lo que ya no le queda más margen y se la juega con esta 'Sucker Punch', dependiendo además del resultado de ésta que o se ratifique y acceda a ese Olimpo o convierta en su último cartucho a 'Superman: Man of Steel'.

Si de algo se puede acusar a Zack Snyder es de valentía, ya que siendo esta 'Sucker Punch' tan importante en su carrera como para hacerla el punto de inflexión de la misma, se arriesga con una apuesta de lo más personal lo que denota que confianza en si mismo le sobra. Con su propio guión bajo el brazo (recordemos que aunque el de '300' también es suyo, está basado en la novela gráfica de Miller, no así en ésta) nos muestra su lado más imaginativo, demostrando que sus gustos beben de la cultura moderna que asciende desde J.R.R. Tolkien y las adaptaciones cinematográficas de Peter Jackson (el homenaje es claro), la ciencia ficción de Asimov, K. Dick y compañía que también atrajeron a Proyas o el mismo Spielberg, pasando por la omnipresente industria del videojuego en forma de "shooters" cuyo máximo exponente en la actualidad es 'Call of Duty'. Para ello se apoya en su ya conocido estilo visual y su paleta de colores (esa que hizo de '300' la mayor parte de lo que es) para transportarnos de un lado a otro de su mundo y del de la protagonista, hábilmente utiliza su técnica cada día mejorada para crear lo mejor de la película, un magnífico prólogo que nos introduce en la historia de esta Babydoll, no abandonando dicho estilo en ningún momento lo que hace ya de por sí interesante el modo de narrar que nos impone y más aun cuando se confunden realidad y fantasía momento en el cual Snyder se suelta la melena y se deja llevar por el entusiasmo que hará las delicias de los seguidores del movimiento Steampunk y de todos aquellos a los que la coherencia les importe menos que el espectáculo y sin objeción ninguna se sumerjan en las fantasías de una chiquilla atormentada cuya imaginación y subconsciente más que rico en ideas recreen épocas inexistentes con momentos épicos vividos por el grupo de amazonas que junto con la protagonista y sus más que provocativas indumentarias poblarán los sueños de muchos espectadores las siguientes tres noches al menos.

Todo esto no hace más que demostrarnos que Snyder y su particular manera de mostrar las cosas se hará querer por un público determinado, cosa que conoce, pero el verdadero reto radica en ese otro público que no sólo se va a fijar en lo que se ve, sino en lo que se siente y ahí es donde aún no llega del todo este director. Por supuesto lo intenta y la historia tiene mucho más de lo que parece, alejándose completamente de algo estilo Michael Bay e intentando acercarse mucho más a Peter Berg (salvando las distancias para los tres), construyendo personajes con entidad propia que no sean meras marionetas, cosa que consigue a medias, bien con los principales a los que dota de carisma y enjundia perfilando el lugar de cada uno pero dejando bastante cojos alguno de l@s secundarios importantes, esos que con una frase a tiempo apoyan la escena pero que la ausencia de la misma denota falta de cuidado y experiencia. Por desgracia la película tiene un gran historia dentro de la historia, y aunque en algún momento recuerda a la espectacular 'Origen', el nivel de hilado de esta 'Sucker Punch' dista mucho de acercarse a la de Nolan perdiendo mucho de su encanto por esos agujeros y altibajos que aparecen en determinados momentos que podríamos denominar de historia pura, los que distinguen una película redonda de un gran intento como acaba siendo esta. Con todo y con eso el film avanza con pausas y con prisas a un final de los que hacen que una vez visionado el metraje nos quedemos con algunas dudas de esas que deberían quedar por cálculo del director, pero que sin embargo no se saben si son más debidas a éste que pergeñadas por él.

Con todo y con eso si hay algo que tengo claro es que estamos ante una película que a nadie dejará indiferente y tendrá tanto defensores acérrimos como detractores inmisericordes, lo que realmente es muy bueno tanto para la productora como para el cineasta, pues no hay mejor propaganda que la falta de tibieza y el acaloramiento que producen dos posiciones enfrentadas.

'Sucker Punch': Zack Snyder en estado puro

miércoles, 20 de abril de 2011



Un grupo de adolescentes se prepara para vivir la última gran aventura de sus vacaciones de verano. Han conseguido hacerse con un coche, y después de llenarlo hasta los topes, deciden emprender un viaje hacia una zona apartada de la civilización, donde deben pasar los mejores días de sus vidas, en los que habrá contacto con la naturaleza, una más que bienvenida desconexión del entorno familiar, y por encima de todo, lo que las hormonas provean. Cuando parece que nada va a romper el idilio, estalla por sorpresa un conflicto bélico con tintes apocalípticos.

Empieza la película y lo primero que vemos es a una jovencita hablándole a una cámara digital. Atentas las alarmas de emergencia... aquí hay peligro. No es que las confesiones de webcam de Elena Trapé y compañía en 'Blog' dejaran mal sabor de boca, ni mucho menos. Pero entre ese y algún otro filme mucho menos afortunado, servidor se encontraba muy cerca de sobrepasar los límites soportables de raciones abusivas de pubertad. Así es precisamente como empieza el debut cinematográfico de Stuart Beattie, el que en su día firmara, entre otros, los guiones de 'Collateral' o la primera entrega de 'Piratas del Caribe'.


Así pues, cabría situar los primeros compases de 'Mañana, cuando la guerra empiece' en los siempre insulsos dominios del cine teen. En otras palabras, chicos y chicas con las hormonas revolucionadísimas, deseando a todas horas violarse los unos a los otros. Una colección de animales en celo que amenizan la sesión con unos diálogos más dignos de amebas que no de estudiantes a los que se les ha brindado el privilegio de recibir una buena formación. Lo que vendría a ser una fauna que a los pocos minutos de convivir con ella despierta unas ganas irrefrenables de hacerse con un rifle de largo alcance e irse de safari.

Entonces, sucede lo impensable: nuestros deseos más oscuros cobran vida propia, en forma de súbito cataclismo bélico. ''Lo que necesitáis vosotros es una buena guerra.'' Sin duda una de las frases preferidas de la tercera edad, que por lo visto no confía para nada en que las amenazas ecologistas de proporciones bíblicas, ni en que la nefasta clase política, ni en que las crisis de tipo financiero, ni en que las nuevas gripes, ni en que la actual inestabilidad a todos los niveles que sufre el mundo, vaya a espabilar a las nuevas generaciones que, admitámoslo, están creciendo más mimadas que nunca. ¿No querían caldo? Pues ahí van unas cuantas tazas.

Surrealista -por inesperado- pero más que bienvenido giro argumental que termina a base de explosiones y disparos con toda la tontería adolescente. Un cambio de registro radical, que lleva a otro nivel la ahora tan de moda mezcla de géneros. No obstante, a pesar de que no cese el intercambio de proyectiles, Beattie sigue teniendo claro que el peso de los protagonistas no debe ser absorbido por el cambio dramático en los eventos (en este aspecto, para quejas, dirigirse a John Marsden, autor del best-seller australiano que inspiró la cinta). Así pues, la información de la contienda se da a cuentagotas, casi como si no tuviera importancia... y en parte así es, porque las jóvenes estrellas siguen acaparando todo el protagonismo.

Tanto que, incluso antes de una peligrosísima y crucial misión de infiltración, ellas tienen tiempo de hablar sobre el caso que les hacen ellos. Que sirva de moraleja, porque aunque los protagonistas se empeñen en recalcar cómo la guerra ha desembocado en su forzada maduración (ésta sí que es una lección peligrosa), lo que puede extraerse de esta atípica y relativamente bien ejecutada película teen (si obviamos, claro está, las flojas interpretaciones que acostumbran a poblar estos productos) es que la adolescencia es una enfermedad que solo se cura con el implacable paso del tiempo. Y esto no hay bomba que lo desmienta.

'Mañana, cuando la guerra empiece': Las hormonas son guerreras

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