"¡Penélopeee!" y "¡¡¡Johnny, Johnny... JOHNNYYY!!!". Estos han sido hoy los gritos de guerra de la prensa para recibir la que estaba destinada a ser la película estrella de la cuarta jornada de esta 64ª edición del Festival de Cine de Cannes. El motivo de tanto alboroto; de tantos empujones y codazos entre compañeros de profesión no era otro que conseguir que un puñado de caras bonitas recién llegadas de Hollywood se dieran la vuelta durante unos segundos para así conseguir una instantánea digna de tan maravilloso momento. Y es que a la hora de la verdad, al personal se le ve el plumero. La imagen que se intenta vender aquí es que lo que importa más son aquellas películas que se separan de las tendencias marcadas -principalmente- desde norteamérica. Aquellas que ofrecen vías alternativas; nuevos sabores.
Pero a la hora de la verdad, cuando las majors aprovechan la ocasión para promocionarse, se les extiende la alfombra roja y se hace todo lo posible para que su estancia sea placentera -y rentable-, ya que el año que viene interesa a ambas partes que se repita la experiencia. Unos obtienen publicidad de sus proudctos, los otros consiguen atraer a los medios de comunicación del mundo entero. la jugada perfecta... en términos de marketing, claro está, porque a estas alturas ya está ampliamente demostrado que la calidad artística suele ir por otros derroteros. La énesima prueba de ello ha venido de la mano del todopoderoso -aunque cada vez menos- productor Jerry Bruckheimer, a quien esta temporada no acaban de cuadrarle las cuentas. ¿Apuros financieros? Ha llegado la hora de rendirse -por cuarta vez- a los cantos de sirena; ha llegado la hora de que los piratas vuelvan a atracar su barco en la taquilla.
En estas circunstancias llega 'Piratas del Caribe: En mareas misteriosas', cuarta entrega de la famosa saga iniciada hace ya ocho años con uno de los booms veranigeos más sonados de los últimos tiempos. Se trata de un proyecto que viene marcado por ausencias de peso (la del director de las tres primeras partes, Gore Verbinsky, y la de la dupla protagonista Orlando Bloom & Keira Knightley), así como por un dramático recorte presupostario impuesto por el poco éxito comercial de las últimas apuestas de Bruckheimer. Un ajuste de cinturón que, como no podía ser de otra manera, no puede disimularse en el resultado final ni con el efecto oscurecedor de unas gafas 3D que vuelven a plantear una vez más la conveniencia de dicha tecnología.
Dijo una vez un crítico de cine -con mucho acierto- que el problema con Denzel Washington no era que fuera un mal actor... era que simplemente le veíamos demasiado, y claro, acababa cansando. Lo mismo puede decirse de las secuelas de la franquicia "Piratas del Caribe". Más allá de no poder contar con el efecto sorpresa, salta a la vista que gran parte de su plan pasaba por vivir de rentas, navegando así por pura inercia. No se tenía que ser excesivamente avispado para darse cuenta de que con solo poner al -Capitán- Jack Sparrow en el cartel promocional, la gente acudiría en tropel a la sala de cine... pasando antes por caja, por supuesto. Y así fue. En clases de economía nos hablaron largo y tendido sobre los efectos dañinos de la falta de incentivos (a la innovación sobre todo), que a la larga crea una situación de colapso en cualquier mercado, que en consecuencia termina por estar saturado de productos desfasados a su tiempo.
'Piratas del Caribe: En mareas misteriosas' naufraga porque está saturada de fórmulas / chistes / conceptos que llevan largo tiempo agotados. La partitura de Hans Zimmer, a fuerza de haberla oído tantas veces, ha perdido toda su fuerza, la reintrerpretación en clave blockbuster de la mitología caribeña ya no sabe hacia dónde mirar (véase un Barba Negra que surca los mares en un barco que lanza fogonazos quilométricos que calman su ira, o unas sirenas-vampiro que parecen salidas de una mala película de serie B), y sí, el amaneramiento y las piruetas del pirata Jack han acabado haciéndose muy cansinas. Ésta última palabra es la que mejor se amolda una súper-producción que ha dilapidado aún más el crédito de una saga que ahora sí, se antoja completamente obsoleta, y a la que para nada han ayudado los dos fichajes estrella: un Rob Marshall (muy indicativo que en la rueda de prensa de hoy haya sido colocado en un triste y discretísimo rincón) que se ahoga en las escenas de acción, y una Penélope Cruz que gracias a este trabajo habrá conseguido su estrella en la avenida de la fama y dar esquinazo a Lars Von Trier (buena noticia para su salud mental), pero que hace el ridículo (como la mayoría de sus colegas de reparto) en esta aburrida y demasiado estirada película de aventuras.
La propuesta palomitera ha hecho agua... recuperemos pues la esencia de este certamen. Descontaminémonos y volvamos a los brazos de alguna de nuestras vacas sagradas favoritas. Pero ¿por qué elegir una cuando podemos quedarnos con dos? Ah, qué bueno que vinisteis, hermanos Dardenne. Benditos seáis, catedráticos del drama social; acaparadores absolutos de premios gordos en el Palais. 'El niño de la bicicleta', su último trabajo, tiene los dos requisitos primordiales para que esta pareja se reencuentre con el éxito cosechado en tantas otras ocasiones. Un estilo directo que repudia cualquier floritura estética, y una historia dura y culpidora (en este caso, la de un niño abandonado por su padre, al que obviamente da vida Jérémie Renier).
Agítese todo con cuidado, cámara al hombro y con cara de seriedad, y ya estará listo para el consumo -y posterior ovación- del público festivalero, la típica propuesta de la factoría Dardenne. Nada se desvía del guión que lleva repitiéndose desde ya hace casi dos décadas... solo que en esta ocasión, no hay manera de tragarse la historia. El principal causante de ello es Cyril, el protagonista de la trama, un mocoso impertinente, tozudo, maleducado... odioso, que hace volar en mil pedazos el poder de empatía que han poseído siempre los sufridos héroes de las historias concebidas por estos hermanos belgas. Se produce el efecto no deseado de preferir la desgracia, más que la dicha de ese niño traumatizado por la ausencia de la figura paterna. El resto del descalabro cabe achacarlo a un guión demasiado obsesionado en coger cualquier atajo hacia el fatalismo, lo cual desemboca de nuevo en un no deseado efecto... ahora cómico, porque todo en esta presunta tragedia huele a impostura; a gran e increíble disparate.
Balance hasta el momento de esta cuarta jornada... piratas ahogados y niños con bicicletas con a rueda pinchada. Esto no arranca. Plan de emergencia: sin salir de la Sección Oficial a Competición, y vista la mala imagen que han dejado dos de los autores más queridos en Cannes, toca renovar la sangre y probar suerte con un cineasta nuevo. Sr. Marcus Schleinzer, preséntese al Grand Théâtre Lumière, por favor. Y hágalo con una de las mejores películas vistas este año en La Croisette. "Nunca lo hubiera dicho de él." ; "Pues a mí me parecía una persona la mar de normal" ; "No lo entiendo... me saludaba cada día muy cordialmente..." Va sonando, ¿verdad? ¿Quién no ha oído alguna vez cualquiera de estas declaraciones en la noticia destacada dentro de la sección de "sucesos"? Nadie. Porque los testigos no mienten. Los criminales con los que habían convivido tanto tiempo habían conseguido perpetuar su actividad delictiva recubriéndola de una falsa capa de decencia y amabilidad. Suena obvio, pero es algo que solemos olvidar.
El austríaco Marcus Schleinzer, colaborador habitual del Michael Haneke, lo tiene clarísimo, y así lo demuestra en su estremecedora ópera prima, 'Michael', una película que sigue siempre bien de cerca a un hombre que tiene encerrado a un niño en el sótano de su casa. Una situación de cautiverio que es usada por el captor para satisfacer sus fantasías más oscuras. Y aquí muere Mr. Hyde... o por lo menos, se queda en estado de hibernación, pues al salir al mundo exterior, vemos a un hombre reservado y tímido, pero que no pone ninguna pega a la hora de interactuar con sus compañeros de trabajo, o de salir de fin de semana con sus amigos, o de ligar con una camarera que momentos antes le ha mirado con ojos tiernos. Con frialdad y precisión "hanekiana" y con una notable planificación de las escenas clave, el debutante Schleinzer ha logrado firmar un lúcido, hiperrealista y escalofriante estudio de sobre cómo la cotidianidad puede esconder la monstruosidad del ser humano. La recepción de la crítica no podía haber estado más dividida, lo cual en realidad supone el mejor de los cumplidos para un filme que por naturaleza, está destinado a crecerse en la polémica.
¿Y qué hay de la Sección Un Certain Regard? Básicamente, se ha encargado de recordarnos el que -tristemente- viene siendo desde hace ya más de un año un clásico de todo festival cinematográfico que se precie: el caso Jafar Panahi. En otras palabras, el vergonzoso encarcelamiento del famoso cineasta iraní, acusado de perjudicar al régimen de Mahmud Ahmadineyad a través de sus películas. Seguimos en el siglo XXI, que conste. Del país persa llega también Bé Omid É Didar', de Mohammad Rasoulof, director que no ha podido asistir a la presentación oficial de dicha película... porque las autoridades de su país requerían de su presencia. Y hasta aquí podemos leer. Así, con la intriga en el cuerpo, ha empezado la proyección de una cinta de la que Thierry Frémaux ha destacado "la fuerza y poesía que desprende", y que recuerda en muchos aspectos a la galardonada con la Palma de Oro en el año 2007 '4 meses, 3 semanas y 2 días'.
Al igual que en la cinta del rumano Cristian Mungiu, la protagonista de la historia, una abogada a la que se le ha retirado la licencia para ejercer su profesión, deberá luchar contra viento y marea para conseguir un aborto, todo esto agravado por la ausencia de su marido, que por haber escrito una serie de artículos en contra del gobierno, es perseguido por la política. Ritmo pausado, cromatismo oscuro (con predominancia de tonos azulados) y una puesta en escena escueta son los principales signos distintivos de un filme al que le cuesta arrancar, pero que a medida que avanza crece en intensidad e interés, gracias a lo acertado del retrato de una sociedad tan retrógrada como asfixiante, y que ha reservado para la mujer una denigrante situación de dependencia absoluta con el sexo opuesto. No hemos vuelto atrás en el tiempo... seguimos en el siglo XXI.
Pero a la hora de la verdad, cuando las majors aprovechan la ocasión para promocionarse, se les extiende la alfombra roja y se hace todo lo posible para que su estancia sea placentera -y rentable-, ya que el año que viene interesa a ambas partes que se repita la experiencia. Unos obtienen publicidad de sus proudctos, los otros consiguen atraer a los medios de comunicación del mundo entero. la jugada perfecta... en términos de marketing, claro está, porque a estas alturas ya está ampliamente demostrado que la calidad artística suele ir por otros derroteros. La énesima prueba de ello ha venido de la mano del todopoderoso -aunque cada vez menos- productor Jerry Bruckheimer, a quien esta temporada no acaban de cuadrarle las cuentas. ¿Apuros financieros? Ha llegado la hora de rendirse -por cuarta vez- a los cantos de sirena; ha llegado la hora de que los piratas vuelvan a atracar su barco en la taquilla.
En estas circunstancias llega 'Piratas del Caribe: En mareas misteriosas', cuarta entrega de la famosa saga iniciada hace ya ocho años con uno de los booms veranigeos más sonados de los últimos tiempos. Se trata de un proyecto que viene marcado por ausencias de peso (la del director de las tres primeras partes, Gore Verbinsky, y la de la dupla protagonista Orlando Bloom & Keira Knightley), así como por un dramático recorte presupostario impuesto por el poco éxito comercial de las últimas apuestas de Bruckheimer. Un ajuste de cinturón que, como no podía ser de otra manera, no puede disimularse en el resultado final ni con el efecto oscurecedor de unas gafas 3D que vuelven a plantear una vez más la conveniencia de dicha tecnología.
Dijo una vez un crítico de cine -con mucho acierto- que el problema con Denzel Washington no era que fuera un mal actor... era que simplemente le veíamos demasiado, y claro, acababa cansando. Lo mismo puede decirse de las secuelas de la franquicia "Piratas del Caribe". Más allá de no poder contar con el efecto sorpresa, salta a la vista que gran parte de su plan pasaba por vivir de rentas, navegando así por pura inercia. No se tenía que ser excesivamente avispado para darse cuenta de que con solo poner al -Capitán- Jack Sparrow en el cartel promocional, la gente acudiría en tropel a la sala de cine... pasando antes por caja, por supuesto. Y así fue. En clases de economía nos hablaron largo y tendido sobre los efectos dañinos de la falta de incentivos (a la innovación sobre todo), que a la larga crea una situación de colapso en cualquier mercado, que en consecuencia termina por estar saturado de productos desfasados a su tiempo.
'Piratas del Caribe: En mareas misteriosas' naufraga porque está saturada de fórmulas / chistes / conceptos que llevan largo tiempo agotados. La partitura de Hans Zimmer, a fuerza de haberla oído tantas veces, ha perdido toda su fuerza, la reintrerpretación en clave blockbuster de la mitología caribeña ya no sabe hacia dónde mirar (véase un Barba Negra que surca los mares en un barco que lanza fogonazos quilométricos que calman su ira, o unas sirenas-vampiro que parecen salidas de una mala película de serie B), y sí, el amaneramiento y las piruetas del pirata Jack han acabado haciéndose muy cansinas. Ésta última palabra es la que mejor se amolda una súper-producción que ha dilapidado aún más el crédito de una saga que ahora sí, se antoja completamente obsoleta, y a la que para nada han ayudado los dos fichajes estrella: un Rob Marshall (muy indicativo que en la rueda de prensa de hoy haya sido colocado en un triste y discretísimo rincón) que se ahoga en las escenas de acción, y una Penélope Cruz que gracias a este trabajo habrá conseguido su estrella en la avenida de la fama y dar esquinazo a Lars Von Trier (buena noticia para su salud mental), pero que hace el ridículo (como la mayoría de sus colegas de reparto) en esta aburrida y demasiado estirada película de aventuras.
La propuesta palomitera ha hecho agua... recuperemos pues la esencia de este certamen. Descontaminémonos y volvamos a los brazos de alguna de nuestras vacas sagradas favoritas. Pero ¿por qué elegir una cuando podemos quedarnos con dos? Ah, qué bueno que vinisteis, hermanos Dardenne. Benditos seáis, catedráticos del drama social; acaparadores absolutos de premios gordos en el Palais. 'El niño de la bicicleta', su último trabajo, tiene los dos requisitos primordiales para que esta pareja se reencuentre con el éxito cosechado en tantas otras ocasiones. Un estilo directo que repudia cualquier floritura estética, y una historia dura y culpidora (en este caso, la de un niño abandonado por su padre, al que obviamente da vida Jérémie Renier).
Agítese todo con cuidado, cámara al hombro y con cara de seriedad, y ya estará listo para el consumo -y posterior ovación- del público festivalero, la típica propuesta de la factoría Dardenne. Nada se desvía del guión que lleva repitiéndose desde ya hace casi dos décadas... solo que en esta ocasión, no hay manera de tragarse la historia. El principal causante de ello es Cyril, el protagonista de la trama, un mocoso impertinente, tozudo, maleducado... odioso, que hace volar en mil pedazos el poder de empatía que han poseído siempre los sufridos héroes de las historias concebidas por estos hermanos belgas. Se produce el efecto no deseado de preferir la desgracia, más que la dicha de ese niño traumatizado por la ausencia de la figura paterna. El resto del descalabro cabe achacarlo a un guión demasiado obsesionado en coger cualquier atajo hacia el fatalismo, lo cual desemboca de nuevo en un no deseado efecto... ahora cómico, porque todo en esta presunta tragedia huele a impostura; a gran e increíble disparate.
Balance hasta el momento de esta cuarta jornada... piratas ahogados y niños con bicicletas con a rueda pinchada. Esto no arranca. Plan de emergencia: sin salir de la Sección Oficial a Competición, y vista la mala imagen que han dejado dos de los autores más queridos en Cannes, toca renovar la sangre y probar suerte con un cineasta nuevo. Sr. Marcus Schleinzer, preséntese al Grand Théâtre Lumière, por favor. Y hágalo con una de las mejores películas vistas este año en La Croisette. "Nunca lo hubiera dicho de él." ; "Pues a mí me parecía una persona la mar de normal" ; "No lo entiendo... me saludaba cada día muy cordialmente..." Va sonando, ¿verdad? ¿Quién no ha oído alguna vez cualquiera de estas declaraciones en la noticia destacada dentro de la sección de "sucesos"? Nadie. Porque los testigos no mienten. Los criminales con los que habían convivido tanto tiempo habían conseguido perpetuar su actividad delictiva recubriéndola de una falsa capa de decencia y amabilidad. Suena obvio, pero es algo que solemos olvidar.
El austríaco Marcus Schleinzer, colaborador habitual del Michael Haneke, lo tiene clarísimo, y así lo demuestra en su estremecedora ópera prima, 'Michael', una película que sigue siempre bien de cerca a un hombre que tiene encerrado a un niño en el sótano de su casa. Una situación de cautiverio que es usada por el captor para satisfacer sus fantasías más oscuras. Y aquí muere Mr. Hyde... o por lo menos, se queda en estado de hibernación, pues al salir al mundo exterior, vemos a un hombre reservado y tímido, pero que no pone ninguna pega a la hora de interactuar con sus compañeros de trabajo, o de salir de fin de semana con sus amigos, o de ligar con una camarera que momentos antes le ha mirado con ojos tiernos. Con frialdad y precisión "hanekiana" y con una notable planificación de las escenas clave, el debutante Schleinzer ha logrado firmar un lúcido, hiperrealista y escalofriante estudio de sobre cómo la cotidianidad puede esconder la monstruosidad del ser humano. La recepción de la crítica no podía haber estado más dividida, lo cual en realidad supone el mejor de los cumplidos para un filme que por naturaleza, está destinado a crecerse en la polémica.
¿Y qué hay de la Sección Un Certain Regard? Básicamente, se ha encargado de recordarnos el que -tristemente- viene siendo desde hace ya más de un año un clásico de todo festival cinematográfico que se precie: el caso Jafar Panahi. En otras palabras, el vergonzoso encarcelamiento del famoso cineasta iraní, acusado de perjudicar al régimen de Mahmud Ahmadineyad a través de sus películas. Seguimos en el siglo XXI, que conste. Del país persa llega también Bé Omid É Didar', de Mohammad Rasoulof, director que no ha podido asistir a la presentación oficial de dicha película... porque las autoridades de su país requerían de su presencia. Y hasta aquí podemos leer. Así, con la intriga en el cuerpo, ha empezado la proyección de una cinta de la que Thierry Frémaux ha destacado "la fuerza y poesía que desprende", y que recuerda en muchos aspectos a la galardonada con la Palma de Oro en el año 2007 '4 meses, 3 semanas y 2 días'.
Al igual que en la cinta del rumano Cristian Mungiu, la protagonista de la historia, una abogada a la que se le ha retirado la licencia para ejercer su profesión, deberá luchar contra viento y marea para conseguir un aborto, todo esto agravado por la ausencia de su marido, que por haber escrito una serie de artículos en contra del gobierno, es perseguido por la política. Ritmo pausado, cromatismo oscuro (con predominancia de tonos azulados) y una puesta en escena escueta son los principales signos distintivos de un filme al que le cuesta arrancar, pero que a medida que avanza crece en intensidad e interés, gracias a lo acertado del retrato de una sociedad tan retrógrada como asfixiante, y que ha reservado para la mujer una denigrante situación de dependencia absoluta con el sexo opuesto. No hemos vuelto atrás en el tiempo... seguimos en el siglo XXI.
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